lunes, 22 de noviembre de 2010
En manos de la delincuencia
Ellos aparecen de la nada. Son como sorpresivos visitantes que traen una gran dosis de miedo, de confusión y de impotencia. Paralizan en segundos cuando ponen una pistola en alguna parte de la cabeza.
Ellos gritan, insultan, amenazan. Sus manos tiemblan mientras alguno de sus dedos sostiene el detonador. Es cuestión de instantes. Son segundos que parecen eternos.
Ellos exigen. Quieren el celular, la cartera, dinero y todo lo que ven y no ven. Arrebatan.
Hacen que su víctima se sienta víctima en verdad, no porque la despojan de lo que tiene y le pertenece, sino porque la controlan, la manejan, la someten. La humillan.
Nada o casi nada se puede hacer. Es momento de obedecer, de doblegar. O de hacer algo que puede ser fatal: Resistir y pelear. Responder y luchar.
Pero las desventajas están marcadas. Ellos están armados, decididos y desesperados.
Y alrededor parece que nadie existiera. Es como si todos también se paralizaran cual estatuas de hielo en aquella manzana de la ciudad llamada verde. Es el miedo fulminante. Es el instinto y el derecho de preservar la vida, sin defenderla.
Ellos cumplen y avanzan. Menean sus cuerpos, campantes. Ni un policía en el lugar y eso les permitirá atacar nuevamente. Quizás hay otra víctima en una siguiente esquina.
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